620 metros son muchos metros. Las olas rompen tan
lejos, tan abajo, que no llega el más leve murmullo. Diríase que
Neptuno ha perdido la voz. El cercano santuario de Teixido añade magia a
este rincón.
Donde el mar se ve, pero no se oye
A medio camino entre las rías de Cedeira y
Ortigueira, en la provincia de La Coruña, se yerguen los acantilados de
Herbeira, que hay quienes dicen que son los más altos de Europa, aunque
otros, más cautos, añaden que están a la par con los de Irlanda y
Noruega. En cualquier caso, son mucho más que impresionantes. En el filo
más elevado, a 620 metros, hay una atalaya del siglo XVIII, la Garita
de Herbeira, desde la que los piratas debían de verse, si es que se
veían, como bacterias. El mar sí se ve, pero tan lejos que no se oye.
Aquí, incluso en pleno verano, sopla un viento
recio, fresco, que al que no se trae jersey, lo deja castigado en el
coche. Hay caballos medio salvajes que pacen en estas alturas y a la
vista. Sólo a la vista. Como te acerques a menos de cien metros, corren
despavoridos. Todos los años, el domingo más cercano al 1 de julio, se
los acorrala para marcarlos y cortarles las crines, con gran algazara.
Es el Curro de A Capelada, más conocido como la Rapa das Bestas.
Capital de la Galicia mágica
Justo antes de trepar a los acantilados más
altos, la carretera pasa por San Andrés de Teixido, el santuario más
venerado y concurrido de la región (después, claro, del de Santiago). Lo
de que “a Teixido va de muerto quien no fue de vivo” es una amenaza
innecesaria, porque todos los gallegos van de vivos. Capital de la
Galicia mágica ha sido llamado este hervidero de fábulas, supersticiones
y ritos mil. Uno de ellos consiste en bajar hasta la rompiente para
buscar la hierba de enamorar. A la Armaria maritima, o clavel marítimo,
se le atribuyen propiedades enamoradoras (una pizca en el bolsillo del
otro obra el milagro), afrodisiacas y empreñadoras.
Al otro lado de los acantilados, a naciente,
despunta el cabo Ortegal. Es el segundo cabo más norteño de la Península
y el más afilado, con el sitio justo para la carretera y un faro como
de juguete. Le acompañan tres islotes misteriosos, Os Aguillóns. Más
allá, en la ría de Ortigueira, nos aguarda un pueblo llamado Cariño, que
además de un nombre irresistible, tiene sabrosos percebes y playas
salvajes. Nos enamora la de Fornos, cuyas aguas verdes nada tienen que
envidiar a las del Caribe. Salvo la temperatura, lógicamente.