EL CREDO EN PIEDRA
El Templo expiatorio de la Sagrada Familia de Gaudí
En estos días, en los que dar señales de vida cristiana en lo
profesional es, cuando menos, políticamente incorrecto, la obra de Gaudí se
presenta como una indiscutible genialidad fruto de una fe personal. Enraizado
en su fervor religioso, el arquitecto más revolucionario de su época conjuga
una fantasía delirante con un juicio arquitectónico perfectamente
equilibrado, consiguiendo que cada uno de los elementos constructivos
cobren expresión poética en esta Iglesia
que parece reproducir la Jerusalén celeste.
La gestación del proyecto:
Eran momentos
difíciles para la Iglesia universal, cuando un librero barcelonés, J.M.
Bocabella, asumió la fundación de la “Asociación Espiritual de Devotos de San
José”, cuyo objetivo era remontar la descristianización propulsada por
determinadas ideologías de la era postindustrial; entre sus propuestas se
encontraba erigir un Templo Expiatorio en Barcelona.
El arquitecto diocesano Francisco
de Paula del Villar diseñó un proyecto de traza neogótica y de nula
creatividad. La primera piedra se colocó en la festividad de San José de 1882.
Pero, apenas
comenzada la cripta, ciertas discrepancias motivaron que la dirección pasase a
quien llegaría a convertirse en un fenómeno insólito en el ámbito del
modernismo. En esta construcción trabajaría Gaudí hasta su muerte.
Con la Sagrada Familia, el
arquitecto de Reus quiso crear una catedral del siglo XX de estructura
increíblemente original, una síntesis de todos sus conocimientos de
arquitectura, tejiendo una compleja red de simbolismos que suponían una versión
en piedra de la tradición cristiana.
Una fantasía
muy razonada:
Frente
a la visión casi fantasmagórica de la Sagrada Familia, podríamos pensar que se
trata de una escenografía cinematográfica, pero en realidad es obra de un
profesional riguroso que dedicó toda su vida a plasmar este sueño con
apasionado fervor religioso.
Aunque
Gaudí sólo llegó a construir la fachada del Nacimiento, un minucioso estudio
realizado en maquetas ha legado su pensamiento sobre la arquitectura y
simbología del edificio. Incluso dejó unas láminas que detallaban la policromía
de la piedra, ya que él nunca pensó dejar el material visto, sino que previó
que cada relieve fuese coloreado porque decía que el color es vida.
Gaudí
imaginó una iglesia de planta de cruz latina sobre la cripta inicial. Sobre
ella, el altar mayor rodeado de siete capillas dedicadas a los siete dolores de
S. José, figurando en cada una de ellas
una representación de la Sagrada Familia.
El proyecto de este
“sacerdote de la arquitectura” contaba con 18 torres. Las 12 más bajas (entre
las que se encuentran las 8 construidas) corresponden a las tres fachadas y
están dedicadas a los Apóstoles. Otras 4 de superior altura, a los
Evangelistas. Sobre el ábside, se consagra una a la Virgen, y la más alta a
Jesucristo.
La forma estilizada de las
torres, con sus pináculos, confieren al edificio su espectacular dimensión
vertical. Sus ventanas en forma de espiral impulsan la visión del creyente
hacia las alturas. Invocaciones y alabanzas a Dios cubren las paredes.
Las columnas, los ventanales y
las bóvedas fueron diseñadas obedeciendo a la obsesión naturalista del
arquitecto; el resultado es un espacio interior que asemeja a un bosque de
piedra, con columnas inclinadas y ramificadas que soportan unas cubiertas
plagadas de lucernarios, favoreciendo un juego casi irreal de luz natural y
artificial.
En su arquitectura todo parece
decoración, pero toda la decoración cobra función arquitectónica.
La fachada
del Nacimiento:
Encarada
hacia oriente, ofrece un desbordante repertorio de esculturas como complemento
a la arquitectura; centenares de especies vegetales y animales animan la piedra
y una profusión de símbolos revelan el amor del Padre en el misterio de la
encarnación y de la redención.
Esta fachada consta de tres
puertas dedicadas a la Fe, la Esperanza y la Caridad. En esta última aparecen
grabados todos los nombres de la genealogía de Cristo, la serpiente con la
manzana en la base, un inmenso portal de Belén, la adoración de los Reyes,
episodios de la infancia de Jesús y otros misterios.
En su amor por la decoración,
incluyó infinitas formas de la Naturaleza logrando una especie de sorprendente
y bellísimo neobarroquismo que exalta la alegría del Nacimiento de Jesús.
Amante de una imaginería
realista, nuestro arquitecto (asistido por su colaborador, el escultor
Matamala) obtuvo moldes de escayola de seres humanos y animales para reproducir
con la máxima fidelidad los detalles anatómicos.
Otra confesión de fe remata
las torres, representaciones del anillo pastoral, el báculo y la mitra, en
alusión a los sucesores de los apóstoles. El conjunto está coronado por un
ciprés, símbolo de la vida eterna; sobre él,
la Santísima Trinidad.
Para dar consistencia a los
elementos decorativos, Gaudí los revistió con mosaicos vítreos de Murano, muy
resistentes a las inclemencias meteorológicas.
La fachada de
la Pasión:
Se
orienta hacia poniente, y presenta líneas más duras, eliminando el lirismo para
dar paso a la simplicidad.
Con
la intención de exaltar la Pasión y Muerte de Cristo, Gaudí ideó que las
columnas de esta fachada tuvieran la forma de huesos humanos.
El Crucificado preside la puerta
central, acompañado por quienes le asistieron en su agonía. Tres palabras
latinas: “Veritas, Vita, Via”, descubren a Jesucristo como Camino, Verdad y
Vida.
La flagelación de Jesús está
impregnada del simbolismo de la resurrección, del cielo nuevo y de la tierra
nueva que Jesús inaugura con su victoria sobre el pecado y la muerte.
Hace
algunos años, se desató una polémica entre los partidarios de continuar las
obras de la Sagrada Familia (a pesar de que parte del proyecto fue quemado
durante la Guerra Civil) y los que defendían dejarla inacabada.
Paradójicamente, uno de los artistas que firmó el manifiesto en apoyo de la
paralización de las obras fue el escultor Subirachs, quien se encargaría
posteriormente de estos grupos escultóricos. Su intervención ha suscitado
discusiones.
La fachada de
la Gloria:
Gaudí
la diseñó para glosar la vida y el fin del hombre. Pensó en representar la vida
humana con los atributos de los oficios manuales, presididos por S. José en su
taller.
También
aparecerían el purgatorio, la muerte y el infierno, así como los atributos de
la Pasión, siete ángeles como alegoría del Juicio Final y, sobre todos ellos,
el Padre Eterno con los días de la Creación.
En
el proyecto del pórtico aparecen siete puertas, cada una dedicada a un
sacramento y a una petición del Padrenuestro.
Delante
de esta fachada, la principal, se situarían dos monumentos colosales: uno
dedicado al agua, en la parte del baptisterio, y otro al fuego, junto a la
puerta de la Penitencia, dos elementos
que purifican al hombre.
El sonido del
Templo:
El diseño arquitectónico
incluyó los efectos sonoros. Dispuso amplias galerías para cantores con
capacidad para varios millares de voces.
Dedicó
más de cuatro años al estudio del sonido de las campanas, que debían conjugarse
con las voces de los cantores y con cinco órganos.
Por otra parte, el
conjunto se rodeaba de claustros procesionales que aislasen del ruido de la
ciudad.
Tal era el celo de Gaudí
por crear un ambiente que invitase a la oración.
Sólo desde una vivencia personal de
fe puede narrarse de forma tan insólita y verosímil la historia de salvación,
sólo desde su pasión por Dios pudo Gaudí mimar al detalle el diseño de una
arquitectura que consiga que el encanto del templo lleve al encanto de la fe; por
eso es fácil mantener la esperanza de que sus piedras hayan sido tocadas por
mano de santo.