La primera de las tierras que pisó Colón al otro lado del
océano. Ya en sus playas, quedó maravillado de las sierras y las vegas,
las montañas y campiñas. Al pensar en esta isla, solo imaginamos esas
mismas playas paradisiacas, olvidando el tesoro que oculta la ciudad
colonial, y quizás mejor así. Fue la primera ciudad que se fundó en América.
Sobre la orilla izquierda del río Ozama, se alzó la primera catedral,
la Primada, la que una vez contuvo los restos del descubridor; la
primera universidad que impartió clases, y el primer hospital donde
sanaron enfermos. El pasado nos llega distorsionado por los
padecimientos soportados: Los incendios del pirata Drake, los grandes
terremotos y tremendos huracanes que asolaron la isla a lo largo del
tiempo
.
En apenas once manzanas, se concentra y resume la historia de los primeros años del descubrimiento. En su Alcázar vivieron algún tiempo casi todos los grandes conquistadores: Pizarro, Cortés, Balboa y Ponce de León.
Las
damas, la primera calle empedrada de América, paseaban señoras de
época, piedras antiquísimas, rincones ancestrales que esconden pasajes
de la historia, calles de fachadas enlucidas de cal y soportales bajo
los que resguardarse del sol. Casitas humildes, bajas, de un solo piso,
adecentadas con colores pastel. Algunas calles angostas, de casas color
teja y enrejados que dejan ver plantas y flores que embellecen y adornan
la mirada; alguna bicicleta desvencijada, herrumbrosa, convertida en puesto callejero de fruta fresca;
cables de teléfonos enraizados en las cornisas de los edificios cuelgan
de un lado a otro de la calle, desordenando las vistas. En la calle
Atarazana, la más antigua del continente, las piedras rezuman historia y
saben a pasado.
El
Parque de Colón, donde se alza la estatua del almirante, rodeado por la
Catedral, el antiguo Congreso Nacional y el Palacio Consistorial. Aquí
la gente descansa en viejos bancos de hierro pintados de color verde y
ve pasar el tiempo, jugando al dómino unos y otros al ajedrez; la
mayoría solo charla. El museo del tabaco muestra cómo se elaboran. Tierra de merengue y bachata, de ron y licor de Mamajuana: una mezcla de ron, vino, miel y hierbas.
El
Conde, el mayor centro comercial abierto de la ciudad, sembrado de
tiendas, la más concurrida y populosa. El mercado Modelo representa como
ninguno otro punto de la ciudad, la idiosincrasia del dominicano: colorido y alegría con un punto de desorden y relajación.
Esta
parte del mundo conserva tradiciones que nos chocan y sorprenden, pero
sobre las que gentes de toda condición muestran una pasión enfervorecida
cruzando apuestas entre voceríos y gestos, animando a uno u otro gallo a
acabar con el otro. En el Coliseo Gallístico.
Para comer: Pat’e Palo,
una taberna legendaria en la calle Atarazana, con una gran terraza
donde comer bien, y un bar-lounge donde tomar un buen vino. Hace honor
al pirata que tuerto y con pata de palo, abandonó el mar para disfrutar
de los placeres que esta misma taberna le ofrecía. El Mesón de Bari, estupenda comida criolla. Deliciosas empanadillas de cangrejo y un dulce de leche imbatible.
Dónde dormir: Coco Boutique Hotel,
un pequeño hotel, sencillo pero con un grandísimo encanto. En un
edificio colonial de fachada color pastel y una amplia azotea donde
descansar y beber un ron añejo a la puesta de sol. No es un hotel de
lujo, pero la calidez, simpatía y el cariño de sus propietarios y de
todo su personal porque tu estancia sea mágica, invitan a quedarse aquí.