Los orígenes del edificio se remontan a la Edad Media, si bien su aspecto actual responde a una remodelación muy profunda, efectuada en el siglo XIX por el marqués de Cubas. En el siglo XIV la torre primitiva fue transformada en un castillo inexpugnable. Sobre sus muros flotó siempre el temido pendón de los Butrones, cabezas del bando Oñacino, los caudillos más famosos de la comarca y los más fuertes y pendencieros banderizos del país.
Su evolución viene seguida de toda una serie de leyendas que, unidas a la realidad, tienen como protagonistas las luchas entre dos familias de nobles, los Gamboinos, que eran los dueños del castillo, y los Oñacinos. La pelea se saldó con varios muertos. Con los Reyes Católicos, estas construcciones se convirtieron en las residencias habituales de los nobles.
En el siglo XIX su primitiva forma medieval fue alterada. El Marqués de Torrecilla, don Narciso de Salabert y Pinedo, último propietario de las ruinas de Butrón, con las rentas que le producían los caseríos que poseía en Bizkaia, mandó reconstruir el castillo con un estilo exótico, similar a los que en Baviera levantó el romántico rey Luis de Baviera. El castillo fue planeado por el Marqués de Cubas, inspirado en formas góticas, nórdicas y fantásticas, inventándose almenas, cubos y ventanas. El maestro de obras fue don Nicomedes de Eguiluz y de la decoración escultórica se encargó Adolfo de Areizaga. La lenta reconstrucción, limitada a los requeridos ingresos de las rentas, comenzó en el siglo XIX y terminó a principios del siglo XX, en tiempos de don Andrés Avelino de Salabert y Arteaga, Marqués de Torrecilla. Después de éste, el castillo pasó a los Duques de Medinaceli y luego a la Duquesa de Cardona.
El castillo de Butrón constituye uno de los edificios-fortalezas más destacados de Vizcaya. La impresionante visión de este edificio elevándose hacia el cielo le otorga un aspecto impactante. Toda la obra es de grandísima solidez como así lo demuestran sus muros de 13 pies de espesor. Destacan dos cubos circulares de gran grosor y con multitud de vanos. La torre del Homenaje, los chapiteles y los garitones aportan al edificio un matiz decorativo. La torre del homenaje data del siglo XIX, y se eleva por encima de todo el edificio.
Con la reconstrucción realizada en el siglo XIX, el castillo se convirtió en un apiñado conglomerado de cubos y torrecillas que se alza en medio de un frondoso parque. De las antiguas ruinas sólo se conservó la planta baja de uno de los torreones.
El castillo es una preciosa construcción realizada en piedra labrada y trabajada. Gracias al color de su piedra, se aprecia de forma clara la parte más antigua. El esfuerzo artístico se manifiesta en sus detalles decorativos que dotan al conjunto de una enorme belleza